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Pa’ los de La ViejaOpens in new window 

06 March 2025
This content originally appeared on Metro Puerto Rico.

 

Yo estaba en séptimo grado cuando hablaba por teléfono de madrugada en ‘conference’ con mis panas del colegio -pa’ esos años lo más que sonaba en la radio era el merengue, las baladas y el rock en español-, y como chamaquitos de una época en que la computadora era lujo de unos pocos y el Internet estaba en pampers, solo nos quedaba la televisión local porque no to’ el mundo tenía la bendición del Cable TV.

Fue así como en el mítico Canal 7 -con anuncios vendiendo artículos inservibles a precios sospechosos, los amables mentalistas que te cobraban un peso el minuto y Tele-Amigo siendo el Tinder de los GenXers-, descubrimos los explícitos videos de una nueva música llamada underground… y cuando daban las doce de la medianoche comenzaba el perreo culeo. El género dio sus primeros pasos a principios de los noventa -pa’l tiempo de Clinton y Rosselló-, y tras recorrer la difícil temporada en que se daba a conocer a cojón en los medios tradicionales (como un feo adolescente con acné que nadie quiere en un mundo adulto con belleza estética), los artistas y DJs pudieron documentar los conciertos en malísima calidad -de una música que no se conseguía en las tiendas- para el beneficio de aquellos que no podían entrar a una disco o que estaban a mucha distancia del área metro.

Los cassette piratea’os iban de mano en mano por la escuela, ya que los chamaquitos noventosos traficamos “la música negra” más sigilosos que el legendario “señor que le regalaba drogas a los niños” en las escuelas. Cuando pude comprender todo lo que sucedía con este lozano ritmo, rápidamente me fasciné, pues estaba siendo testigo de las cosas que más me gustan me gustaban: el sonido que invita a bailar, el titeraje de la esquina y las mujeres en escasas ropas meneando las nalgas. En ese momento ni siquiera imaginé que la historia de una música que conquistaría el mundo estaba pasando frente a mis ojos.

No podemos pitchear esa temporada en que el underground -que luego mutó a la categoría “Rap & Reggae” porque no sabían cómo definirlo- era casi softporn, y es innegable que fue esa la razón por la que se ganó nuestros pubertos corazones. Baby Rasta desafinado hasta las tetas, Daddy Yankee robándole melodías a los jamaiquinos con la misma facilidad que Voltio asaltaba un Church’s Chicken, Chezina tirando “el TRA”, Mexicano vestido entre una mezcla de rapero/rockero/santero, Pirín haciendo himnos con la misma voz de Satanás, y damiselas con exceso de gel en el pelo haciendo “el beeper”, mientras un grupo de enclenques chamacos miraban las escena como macacos con hambre.

Falo era el rey de Carolina, Be.Be le disparaba a todo el que se pusiera de frente, un misterioso chico apodado Ivy Queen aseguraba ser una mujer, Camalion hablaba en lenguas y Las Guanábanas le cantaban a sus amigos fallecidos… hasta que el gobierno le puso al género el sello de “censurado”. Porque no importa qué época sea, cuando no entienden un movimiento, siempre intentan demonizarlo. Entre cámaras de bajo presupuesto, directores de videos sin experiencia, bichotes aportando a la operación como mecenas a los sueños de niños pobres, músicos inexpertos aprendiendo en el camino y un montón de retarda’os con ganas de crear algo grande, hicieron una nueva industria musical, cuyas oficinas centrales estaban en la urbe, donde habita el corazón del pueblo.

El underground fue la respuesta musical a los males de un periodo, la reunión de circunstancias difíciles en barrios y caseríos, el escape de muchos jóvenes que tenían algo que decir… y de ahí surgió la Salsa de mi generación. Esta música nació frente a esos adolescentes criados en “los prósperos noventas” que pasaron sus noches escuchando canciones con muchas malas palabras, llenas de sexo y haciendo apologías al bajo mundo. Así nos formamos… y no lo digo con la estúpida, totona y falsa moralidad que le da a la gente cuando las hojas blancas empiezan a caer sobre su cabeza, lo cuento con orgullo porque los últimos GenXers y los primeros Millennials somos criaturas diferentes.

Y el género pasó del maleanteo del ‘case’ a la clase media del Mansion Crew, y Alberto Stylee trajo a las nenas y a los surfers, y los más jóvenes no van a entender lo que era la verdadera viralidad en un mundo que las cosas se hacían trending de forma artesanal: de la bocina a la oreja. Los medios se la ponían difícil a los cantantes y DJ para promover sus discos, los disqueros cogían de pendejos a un montón de artistas novatos, y ni Dios sabe cómo carajo este género siguió pa’ lante con tantas trabas que le metieron a todos los que colocaron un ladrillo en ese gran edificio llamado REGGAETÓN.

Cuando el Reggaetón -palabra que le atribuyen a Yankee y a Papá Nelson- nació, nunca imaginamos que ese movimiento llegaría a un nivel tan cabrón que al sol de hoy tiene al mejor artista del mundo. Entonces, yo no quiero hacer un resumen de treinta años de historia (esa tarea de contar las cosas con calma me tocará en otro momento), sino que aún me maravilla cómo un montón de chamacos simplemente creyeron en algo, y sin importar las metías de pie y las barreras que le pusieron, no se dejaron y metieron 🥚🥚. Es cierto que los años y la experiencia sacan lo mejor de nosotros, pero tengo que recordar que debemos preservar el fuego de la juventud, porque eso es lo que nos empuja a realizar cambios.

Al igual que la Salsa se creó con la mezcla de varios países en el húmedo Nueva YoL, el Reggaetón hizo lo mismo, solo que esta vez la fusión final se fundió en el calentón de CAROLINA, Santurce y Bayamón. Los que forjaron este género no fueron músicos probados ni tipos con experiencia, eran pibes haciendo fila en el caserío con la esperanza de pegarse en la calle para convertirse en artistas famosos.

Quizás algunos no entenderán, pero cuando vienes de abajo el mundo se mira distinto y las opciones son pocas… y llegó el Reggaetón para joder las estadísticas, sacar a posibles bandidos de la calle y poner a chamaquitos a perseguir sus metas. El REGGAETÓN no solo es un género, es la muestra de que hay que ejecutar sin tenerle miedo al fracaso, pues en la pobreza hay que meter cojones porque la victimización no es respetada ni vista como opción.

Tengo que quitarme la gorra en señal de #Respect porque TREINTA AÑOS después hay un género de pie, aunque lo hayan querido dar por muerto tantas veces, y si hay algo que se debe honrar y enaltecer es la labor de los La Vieja, esos gallos que construyeron el camino.

Pa’ mí, los de La Vieja fueron y SON la estaca del Pe Erre que yo quiero, porque ya no soporto quejicas que solo hablan de “el porqué no se puede”, ni tolero el discurso del derrotismo disfrazado que se pasea en las redes sociales. Aún no logro comprender cómo algunos gritan ser “rebeldes comecandela”, pero le echan la culpa de su destino al gobierno de turno, aceptando que no tienen los güevos pa’ cambiar su suerte por cuenta propia. Algunos solo quieren refugiarse en la queja bañada de inacción, pero de esos la Historia no hablará… porque el tiempo siempre olvida a los cobardes.

Estos tipos de La Vieja sin tener ventajas, gente que creyera en ellos, ni apoyo de medios poderosos, pudieron hacer algo tan grande que su gesta fue replicada décadas después, y en tierras latinoamericanas se repitió la escena con algo que se inventó en el cien por treinta y cinco, teniendo otro exitoso resultado. Entonces, díganme si eso no es algo hermoso y digno de admirar.

A los de La Vieja, gracias por la inspiración, y aunque ustedes no lo sepan, influyeron más allá de lo que piensan, pues en muchas de sus letras escuché las vivencias de chamaquitos como yo que solamente buscaban progreso. Con ustedes me identifiqué, aprendí de rimas y de storytelling, y me enseñaron que pa’ lograr los sueños hay que tener la perseverancia de la gota de agua dándole a una piedra.

Ya voy pa’ 42, no sé de mis panas del colegio, pero aún recuerdo con cariño esa época tan bonita, y me sigo inspirando en aquellos incansables tipos de “La Vieja” pa’ seguir metiéndole bellac*, porque no voy a frenar hasta concretar lo que una vez me dijeron que era una quimera.